
Vino con historia y buen futuro
Desde muy joven Daniel Llorente vio el vino en la mesa familiar, una costumbre que tenía su padre, nacido en España. Era algo que no podía faltar, casi como un alimento. Desde que tuvo edad suficiente, Daniel hizo lo mismo y la presencia cotidiana del vino lo marcó. Ese fue probablemente el punto de partida de su aventura como viñatero.
edad suficient
Junto con su señora, Mai-Nie Chang, tenían la ilusión de producir vino y en muchos de los viajes que hicieron juntos trataban de visitar bodegas o viñas. Uno de sus destinos favoritos era el valle de Napa, en California, a donde han ido en numerosas ocasiones. “En ese lugar soñábamos con nuestro vino, y en el año 2011 empezamos a conversar con nuestro amigo enólogo José Pablo Martin, que nos acompaña desde entonces”, recuerda Daniel.
Fue 2015 el año en que encargaron las primeras parras y en 2020 embotellaron con gran orgullo su primer pinot noir y chardonnay.
Junto al enólogo analizaron la posibilidad de cultivar parras y producir vino en el valle del Huasco, donde desde años se elaboran pajarete, pisco y también aceite de oliva, no necesariamente vino. Pero sí era claro que se podía producir la uva. La geografía y el clima lo permiten, y ese es un buen punto de partida.
“En 2015 encargamos las parras y empezamos a diseñar el proyecto. Ya en 2017 plantamos las primeras viñas de pinot noir y chardonnay. Y nos preparamos para el año siguiente, porque yo quería plantar una hectárea de mezcla tinta con variedades como cabernet sauvignon, carmenere, syrah, petit verdot y grenache. La primera añada fue en 2019, muy poquito chardonnay, que lo tenemos guardado como algo simbólico. Era un vino ansioso, yo quería ver qué pasaba y qué obteníamos. Con esa información empezamos a construir nuestra bodega sobre las instalaciones antiguas del campo”, cuenta Daniel.
La viña está en lo que fueron las tierras de la antigua Hacienda Buena Esperanza, un nombre que les hizo sentido porque describe perfectamente la esperanza de sus fundadores.
El 2020 fue el año en el que embotellaron su primer pinot noir y chardonnay, luego vinieron un rosado pinot noir en 2021 y una mezcla de tintos que tuvo muy buena aceptación. Su producción hizo posible la primera etiqueta local del valle del Huasco de este siglo. Porque hace poco tiempo Daniel dio con datos que le permitieron conocer más de la historia original de esas tierras. “En 1898 en el Huasco existió la viña La Robelia, que tenía cepas francesas en su campo y que le fue muy bien con sus vinos hasta más o menos 1930”, asegura. Saber esa historia le produjo una gran emoción, y “con nuestro proyecto honramos a esa gente que se atrevió en esos tiempos a plantar estas cepas francesas muy cerquita de donde hoy estamos”, cuenta. Ese lugar son las tierras de la antigua Hacienda Buena Esperanza, un nombre que les hizo sentido porque describe perfectamente la esperanza de sus fundadores de hacer grandes vinos y de colaborar con su comunidad, aportando a generar identidad y a potenciar la economía local con un producto amable para el ecosistema. “Las parras son bajas consumidoras de agua, entonces tenemos el clima, la tierra y el agua necesaria. También este cultivo está aparejado al turismo, la hotelería, los restaurantes, el arte; en fin, una serie de actividades económicas que pueden desarrollarse engranadas. A partir de nuestro vino se abre la posibilidad de colaborar con nuestra zona, que normalmente pasa por grandes problemas en su economía. Esa es nuestra ilusión, nuestra buena esperanza”, concluye Daniel.


