“Desde hace tiempo teníamos la idea de hacer ropa y ya contábamos con un nicho en nuestras clientas de Nalca”, cuenta Genoveva Cifuentes. Junto a Valentina Martelli, excompañera de colegio, desarrollaron esta marca de ropa que cuida los mismos estándares de calidad y producción limitada que habían desarrollado con los zapatos.
Las piezas de Nima están dirigidas a una clienta independiente, que trabaja y decide qué y cuánto comprar, y escoge tener un clóset con un mix inteligente de prendas que se pueden usar en distintas horas del día. “Con esta ropa puedes ir a trabajar y seguir con ella para un almuerzo o para salir en la noche. Traspasa esa línea entre lo formal y lo casual”, describe Genoveva.
Cada prenda tiene una cadena corta de producción y es confeccionada en talleres locales de especialistas en distintos oficios vinculados con la sastrería.
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Al crear Nima, Valentina había pasado un tiempo viviendo en Sao Paulo, donde además estudiaba y aprendió los secretos del moldaje, que es clave para que las prendas tengan una buena estructura. Con Genoveva iban a lanzar en abril de 2020 y llegó la pandemia. Pese a las dificultades que la situación imponía a nivel mundial, decidieron no parar. Una vez que se pudo mostrar la ropa en la tienda el éxito fue total. “Calzaba muy bien con la clienta que ya teníamos con Nalca. Con Nima también tenemos cadenas cortas de producción, trabajamos con muchos talleres tratando de colaborar con expertos; por ejemplo, el que sabe de sastrería nos hace los pantalones, las chaquetas. Y muchas señoras que llevan años cosiendo en sus casas, y que las hemos buscado por todos lados, están a cargo de la confección”, relata.
Algunas de las telas que usan las encuentran por azar y son verdaderas joyas. “Pero a veces son pocos metros y sientes la responsabilidad de no fallar, porque son piezas únicas”, cuenta Genoveva.
Una de las grandes preocupaciones de la marca es ofrecer un producto de excelente calidad, y en eso la materia prima es fundamental. Resulta difícil lograrlo en un país donde ya no hay industria textil y trabajar con telas sustentables todavía es muy caro, pero se las ingenian para conseguirlo. “Todavía hay stock de telas de los años en que sí había industria nacional. Por ahí aparecen las últimas que van quedando de Bellavista Oveja Tomé o de Sumar, por ejemplo. Y eso que el rescate ha sido masivo, somos muchos los que estamos mirando y buscando lo que queda, con mucho respeto. A veces las telas se encuentran en bodegas y aparecen de sorpresa, cuando se hace orden o se busca otra cosa. Muchas tienen las etiquetas originales con el año de fabricación. Son verdaderas joyas, pero a veces son pocos metros y sientes la responsabilidad de no fallar, porque son piezas únicas”, cuenta Genoveva.
Aun con todas estas dificultades, las socias no dan tregua a su objetivo: proveer a sus clientas de ropa linda, cómoda, de buen corte, hecha en Chile y que les dure por muchos años.