“Ellos reflejan mi herencia familiar de inmigrante y la pasión por la calidad que persigo”, dice Fernando. Uno de estos vinos es Anduriña, que se llama así en honor a su tierra de origen. Está elaborado con la variedad albariño y cultivado en el valle de Curicó.
Pero no es decir “albariño” y seguir de largo. Resulta que es una cepa blanca, aromática, de piel gruesa, resistente, rústica, muy versátil, con la que se puede elaborar vinos frescos, minerales y con gran acidez. Su origen está al noroeste de la península Ibérica, con referentes destacados en las costas de las Rias Baixas, en Galicia, y en la zona de Vinho Verde, cercana al río Minho, en Portugal. “Es, sin lugar a dudas, la variedad blanca española más conocida internacionalmente y de la cual hay dos exponentes en Chile”, asegura Fernando. Uno de esos exponentes nacionales es su viñedo en Curicó, donde produce todos los años cerca de mil botellas.
Para mantener sus características originales lo más intactas posible, las uvas de albariño se vinifican de manera natural y artesanal. Se cosecha temprano y fermenta en cubas de acero inoxidable a baja temperatura, con levaduras nativas, manteniéndolo sobre sus lías (las materias sólidas que quedan al fondo) durante ocho meses antes de su embotellado, para que decante y se limpie.
“Tomé prestado el nombre Millavoro de la novela Zurzulita, escrita por Mariano Latorre en 1943 y que es representativa de la corriente criollista chilena”, cuenta Fernando Almeda.
El segundo vino creado por Fernando Almeda se llama Millavoro. Está elaborado con la variedad carignan y cultivado en la zona de secano del valle del Maule. Lo que caracteriza a carignan es su tinta de piel gruesa, resistente y rústica, con la que se puede elaborar vinos estructurados, de buena acidez, jugosos y complejos. Es originaria del centro norte de España y hoy está esparcida por todo el mundo. Su referente de mayor renombre es el Priorato en Cataluña y de la cual hay varios exponentes en Chile, mayoritariamente en la zona de secano en la Región del Maule. Este es uno de ellos y se producen todos los años una cantidad cercana a las dos mil botellas. “Con esta cepa, y en honor a esta tierra, tomé prestado el nombre Millavoro, de la novela Zurzulita, escrita por Mariano Latorre en 1943 y que es representativa de la corriente criollista chilena. Su escenario es Huerta de Maule y cita a Millavoro como la mejor viña de la zona”, cuenta Fernando.
“Con seguridad puedo hoy mostrar la nobleza de la viña vieja y mi tradición vitivinícola familiar que se forjó, y no por azar, en el secano maulino”, enfatiza. Intentando darle sentido a todo esto, las uvas se depositaron en vasijas de barro rescatadas en la zona. Fermentó con levaduras nativas y con un porcentaje menor de racimo entero, manteniendo la maceración con las pieles de manera prolongada antes de su descube. “Hago la fermentación maloláctica y decanto el vino en pipas viejas de 1.000 litros por un año, para después pasar otro año en huevos de concreto antes de su embotellado y posterior guarda en la botella”, explica Fernando.
Fuerza Natural en sus versiones Semillón y Cinsault nació del trabajo conjunto de Fernando Almeda con el joven enólogo Elías López Montero
Otra de sus aventuras con final feliz es Fuerza Natural. Dio este nombre a dos creaciones, nacidas del trabajo conjunto con Elías López Montero, considerado entre los mejores jóvenes enólogos españoles y ya un notable elaborador en Argentina. Decidieron asociarse para devolver el esplendor a viñedos singulares de Chile, recuperar terruños olvidados y alzar la voz de las cepas centenarias y los viticultores anónimos que pueblan el valle de Itata. Uno de estos vinos es Semillón, de la viña centenaria El Peral, ubicada a 14 km del Océano Pacífico, con un clima ideal para esta variedad que allí se cultiva de forma libre. El otro es Cinsault, de la viña Los Guindos, también centenaria y de conducción libre, que puebla las colinas de Guarilihue, en el pueblo de Checura. “El vino fue elaborado con levadura indígena en tinajas centenarias traídas desde Castilla la Mancha, donde se cría durante 10 meses para extraer la pureza de esas viñas centenarias y elevar la expresión del terruño de Itata”, describe Fernando. Y después de conocer la historia, no se puede más que querer probar cada una de sus creaciones.